Bonsoir Tristesse
Miami, Florida,
Viernes, Octubre 11, 2024
"I have a sadness as deep as the sky." Susan Sontag
Quiero comenzar este escrito explorando la tristeza desde una perspectiva libre de las connotaciones negativas que, culturalmente, he aprendido a lo largo de mi vida. Ese sentimiento tan denso y complejo, que muchas veces cargamos con pesadez, merece un acercamiento diferente, más reflexivo.
Esta noche de viernes, que coincide con Yom Kippur, la festividad más sagrada para el pueblo judío, mi mente está invadida por una marea de pensamientos. En esta noche de recogimiento y reflexión, me he decidido a confrontar a la tristeza, una compañera que hasta ahora había evitado mirar a los ojos. Ella ha estado sentada, paciente, al otro lado de la mesa, observándome con serenidad, mientras yo, por miedo o por costumbre, la ignoraba. Pero esta vez, lleno de una extraña valentía, me recogí en oración, respiré hondo y le dirigí la mirada. "Bonsoir Tristesse," le dije en un suave francés, sonriéndole tímidamente.
En lugar de ir a la sinagoga a unirme a las oraciones comunitarias de arrepentimiento y perdón, aunque seguí el servicio online desde el celular, decidí caminar solo por las calles, con mi cámara en mano. Me propuse hacer una meditación distinta, un diálogo íntimo con el entorno: las luces y sombras, los objetos dispersos, el murmullo distante de los coches. Busqué en estas escenas cotidianas una especie de espejo visual que reflejara mi estado emocional, una manera de captar la esencia de lo que, para mí, significa hoy la tristeza. En este proceso, imploro perdón y comprensión no solo a través de palabras, sino también a través del registro visual de una experiencia existencial marcada por este sentimiento tan humano y profundo.
He intentado, sin éxito, hacer una regresión a mi niñez para tratar de recordar mis primeros momentos de tristeza. Mi memoria me falló, pero imagino que esos momentos estuvieron muy ligados a los caprichos infantiles que no fueron satisfechos por mi madre, mis abuelos o incluso por mi hermano mayor, quien de alguna forma u otra siempre fue un tanto cruel conmigo.
Lo que sí recuerdo con gran claridad son los episodios personales en los que comencé a darme cuenta de que era diferente a los demás niños, que me sentía distanciado de mi hermano y sus amiguitos, y que prefería la compañía de mis primas, vecinas o estar cerca de mi madre. Esos fueron momentos cruciales, en los que me vi como el niño de la primera foto que comparto: frente a una encrucijada, atrapado en un remolino de dudas, aterrado mientras buscaba qué camino tomar.
Fue en esos instantes que comprendí que el mundo que me rodeaba, y del cual también formaba parte, era un mundo profundamente binario. Me embargó una tristeza profunda al darme cuenta de que, en ese sistema de dualidades, no podía encontrar la felicidad plena. Así es como hemos sido programados: para experimentar tristeza ante la ausencia de felicidad, aunque en realidad, nuestros estados emocionales transitan continuamente de un extremo al otro, oscilando en esa dualidad tan marcada de nuestro ser.
Una vez más, visualizo a Mademoiselle Tristesse acompañando mis pasos, sin un rumbo definido. Ella ha sido mi fiel compañera a lo largo de un viaje marcado por la soledad, la introspección, los largos trayectos por carretera, la distancia de mi familia y el silencio. Sin embargo, siento que le debo mucho, pues a través de su constante presencia, aprendí a ser el hombre que soy hoy, y creo que, por primera vez en mucho tiempo, me agrado a mí mismo. Al reconocer esto, casi puedo imaginar una sonrisa en su rostro. Ella ha sido la senda por la que he transitado para hallar un significado más profundo a mi vida y a mi búsqueda espiritual.
Ahora bien, tras expresar mi gratitud, debo confesar que no imaginaba vivir la vida tal como se proyecta ahora: jamás pensé que estaría tan distanciado, política y espiritualmente, de mis amigos más cercanos, al punto de alejarme de algunos de ellos por respeto a sus posturas y, por supuesto, por el bien de mi propia paz mental. Tampoco imaginé vivir en una ciudad que, aunque llamo hogar, ya no disfruto recorrer; una ciudad donde siento que la historia no se honra y donde la superficialidad se hace cada vez más presente. De igual manera, nunca pensé ver la tierra que me vio nacer viviendo su peor crisis en todos los aspectos de la vida. Y mucho menos pensé que vería a mi país adoptado, aquel que llamo hogar con orgullo, tan profundamente dividido, donde parece imposible defender mis convicciones sin ser malinterpretado o mal visto.
Mientras caminaba, recordaba los tiempos en los que fui inmensamente feliz recorriendo estas mismas calles, que hoy, aunque más modernas, me parecen vacías, revestidas de una superficialidad que me duele y me desconcierta.
Y así quiero concluir mi día de recogimiento y teshuvá (arrepentimiento), no solo con la tristeza como mi compañera, sino también con la esperanza, ambas como guías de mi camino. Me aferro a la firme convicción de que mi nombre y mi vida, a pesar de las dudas y las sombras, encontrarán su lugar, aunque sea diminuto, entre las puertas celestiales inscritas en el Libro de la Vida.
Nota: La primera y última fotos no fueron hechas para ilustrar este texto, pero fueron seleccionadas de mi archivo fotográfico para acompañar el resto de las imágenes.